Marco Antonio Aguilar Cortés
En el mundo de la política no falta nunca un provocador; es decir, alguien que impulsa la conducta qué de otros desea, a efecto de aprovecharse de lo producido.
Algunos de los provocadores son histriónicos y embusteros y, como en el juego del billar, intentan lograr la carambola de tres bandas.
Para mal de todos, el actual presidente de México es embaucador de esa calaña.
Prueba documental pública de lo anterior es la serie de actos de autoridad de sus casi 1300 mañaneras, tan caras como mañosas.
En la mayoría de ellas provoca a alguien, y en no pocas comete delitos, poniendo en riesgo la seguridad pública, vías de comunicación y correspondencia, contra la autoridad, contra la salud, contra la moral pública y las buenas costumbres, revelación de secretos, ejercicio indebido del servicio público, abuso de autoridad, coalición de servidores públicos, uso indebido de atribuciones y facultades, concusión, intimidación, ejercicio abusivo de funciones, tráfico de influencias, cohecho, peculado.
Delitos a los que se suman, los cometidos contra la administración de justicia, contra la economía pública, contra la paz y la seguridad de las personas, contra el honor, el patrimonio, la integridad y la vida.
Cuando desde su atril mañanero el presidente López se lanzó en contra del respetado periodista Ciro Gómez Leyva, éste sufrió un atentado a su vida.
En ese lamentable caso, como en todos los demás, el provocador es el actual presidente de los Estados Unidos Mexicanos.
¡Qué falta de responsabilidad presidencial!
Millones de mexicanos temen que esa irresponsabilidad del presidente llegue a ser la causa de atentados contra la vida de los opositores, atacados por él desde su bélica plataforma oficial.
Por eso hubo periodistas de renombre que, siendo las voces de la población, le hicieron un llamado al presidente a efecto de que ajustara sus actos a nuestra Carta Magna y a las leyes que legal y válidamente de ella emanen.
Y de inmediato el provocador presidente llamó provocadores coludidos a Beatriz Pagés, López Dóriga, Aguilar Camín y Riva Palacio; cada uno de ellos le contestó al presidente en su estilo y oportunidad.
Beatriz Pagés, certera, valiente y directa, le respondió, “Señor presidente: “… usted utiliza autoritariamente cada mañana para difamar, insultar y dividir a los mexicanos… lleva cinco años construyendo un ambiente de violencia política y de odio social. Utiliza impunemente y de manera abusiva el cargo de Presidente de la República no para gobernar… sino para perseguir voces disidentes que puedan poner en riesgo la continuación de un proyecto político dictatorial y destructivo”.
Prosigue Beatriz, “Usted, como cabeza de gobierno, tiene la obligación constitucional, política y moral de no alentar un ambiente donde pueda llevarse a cabo un magnicidio… el primer interesado en proteger la vida de los aspirantes de la oposición a una candidatura presidencial debería ser usted… Deje de comportarse como un tirador que usa una posición privilegiada para eliminar a quienes comienzan a constituirse en un riesgo para sus ‘corcholatas’… No señor presidente, la conspiración ‘perversa’, ‘fascista’, ‘riesgosísima’ de la que quiere responsabilizarnos, la urde usted desde hace cinco años en contra de la nación”.
Concluyendo Beatriz: “la mentira como método de engaño y control, usted la domina y practica plenamente. La perversidad no está en la prensa crítica, está en las aguas negras de Palacio Nacional. Su política de ‘abrazos y no balazos’ fue pensada… para convertir a México en un paraíso de impunidad al servicio del crimen organizado. Los cárteles son aliados electorales de su partido… Deje de sembrar odio y violencia… cada vez más ciudadanos se unen… para salvar al país de su gobierno, y de un presidente que odia a México y a los mexicanos…”
Al provocador López le salió el tiro por la culata con la firme y severa respuesta de Beatriz Pagés.
La chueca risita nerviosa del presidente López contrastó con la seriedad e inteligencia de Beatriz Pagés
Esa risa de López es maligna, como la que presenta Umberto Eco en su libro ‘El nombre de la rosa’, o la que analiza Aristóteles en el segundo tratado de la ‘Poética’, la risita del mal.